El café

Paula se encontraba deprimida. Los cabellos rubios se revolvían sobre su ojerosa cara. La menstruación no era agradable, y menos en ese día.

El aniversario de bodas. El día mas especial en la vida de Paula y Tomás. Mientras ella tomaba su analgésico, iba recordando como eran esos días. Recuerda la manera en que Tomás, a punto de desmayarse, le declaraba su amor eterno, mientras ella volvía salado el delicioso café con las lágrimas de emoción desbordante, ese café que habían estado tomando en el local donde varios jóvenes como ellos se reunían después de clases para cambiar el mundo y sus vidas.

El tiempo que precedió a la boda fue eterno para Paula. Acabar la universidad, organizar la ceremonia, ver a Tomas, con el deseo de fundirse con él todas las noches. Se casaron exactamente al año de la declaración, con la cursilería adicional de que fue a la misma hora del evento.

Aunque hacía ya varios años de la boda, no se habían equivocado en su elección. Se seguían amando como el primer día, y conservaban como una placentera costumbre el reunirse cada aniversario en el mismo café, en la misma mesa, para acabar en una noche de placer carnal.

Eso había sido hasta…!Oh, no! Otra vez. La dolorosa corriente volvía a bajar en el interior de Paula. El dolor le aturdía y el flujo quemante le obligaba a permanecer inmóvil.

Entro al baño con otra toalla sanitaria. Siempre había tenido molestias, desde la primera vez. Tomás era aun mas comprensivo en esos días, confirmando que estaría con ella en las buenas y las malas, hasta que la muerte los separase. Tomás ya no estaba con ella. Cuando Paula empezó a enrollar la toalla, la sangre le recordó ese día de pesadilla, cuando la policía la buscó - Señora, tengo que decirle…- , la noche interminable, el momento en que tenia que decir si era él, y cuando quitaron la sabana de aquel cuerpo destazado que…

Las nauseas se incrementaron, y no pudo soportarlo más. Mientras vomitaba, esperaba que hubiera algún alivio, aunque ya sabia que eso no pasaría. Tomás ya no estaba.

Utilizando las largas y cuidadas unas como pinzas, tratando de no tocar ese desecho, lo arrojó a la basura. Las molestias fueron mayores después de lo de Tomás. El doctor le dijo que era normal y que, según se fuera reponiendo de aquella impresión, se normalizaría. Pero habían pasado tres años y la dosis de analgésico era insuficiente. Tomo otras dos cápsulas sin agua. Tal vez eso lograría calmarla.

Aunque el ánimo de Paula no estaba como para salir de casa, comenzó a arreglarse para ir al café. El lápiz labial corría sobre los desmejorados labios. Ella continuaba con la costumbre de que, en cada aniversario, se dirigía al mismo lugar donde había empezado su vida y su desdicha actual. Cada ocasión parecía algo mágico. Aunque el local estuviera atestado, ese lugar, su lugar, estaba desocupado. Con Tomás, aunque platicaran de lo mismo que el día anterior, siempre era increíble la estancia y mejor la noche. Ahora, aunque él no estaba, la magia continuaba. Al estar sola, no se interrumpía esa sensación. Seguía siendo un día excelente. Realmente lo necesitaba. Acabó de maquillarse.

Se miró al espejo y le lanzó un beso de aprobación. El espejo comenzó a reflejar la sensualidad de Paula al quitarse la pijama y quedar solamente con la pantaleta puesta. Su figura juvenil era capaz de cambiar miradas y pensamientos.

Escogió su mejor vestido para la ocasión. Arreglo su bolsa. Guardo ahí su lápiz labial, la cartera y otra toalla. Sin prisa, salio del departamento.

Aunque generalmente caminaba, esta vez tomo un taxi. El conductor parecía que deseaba romper el récord de lentitud. Paula, en contra de su costumbre, no le apresuró con su vocabulario más soez. Venía pensando en la muerte de Tomás. Le costaba aceptarla. Aunque ella vio lo que había quedado de su marido, no entendía porque continuaba con la idea fija de que estaba vivo. No, no era eso. Tenia la idea de que estaba ahí, en algún lugar. Pero era imposible. Sintió una descarga por la espalda al pensar en el aspecto del cadáver. Su grotesco y sanguinolento aspecto no le quitaba cierta familiaridad. Era la misma ropa con que salio ese día de la casa, y aquello que fue su amor conservaba la cadena de la que colgaba el anillo de matrimonio, porque nunca le cupo en el dedo.

De repente, salto en el asiento de tal manera que obligó a voltear al taxista, quien, sorprendido por la reacción de Paula, acelero por fin su vehículo.

Paula lo había sentido. Una sensación nauseabunda, aplastante, que experimentaba en los instantes más inesperados. Esa sensación que la había estremecido con frecuencia cuando estaba Tomás. Alguna vez Paula le preguntó si el lo sentía. Tomas lo negó. Pero ella sabia que mentía. Cuando el sobresalto le atacaba, volteaba a ver a su esposo. Si alcanzaba a verle el rostro, descubría una expresión impresionante de acoso y horror. Nunca le comento nada a Paula acerca de esto. Ella nunca se atrevió a preguntarle. Aunque esa sensación aumento de frecuencia antes de la muerte de Tomás. Paula se estremeció. Así se había sentido cuando vio el cuerpo en aquellas condiciones, que no parecían producidas por algo normal. Tal vez tenia esto algo que ver con las raras amistades que tenia Tomás, gente repulsiva a la vista y que provocaba malestar el platicar con ellas. Paula solo vio a algunos, pero de manera fugaz. Recordó que los había dejado de ver antes de la tragedia. Cuando pensaba en ellos, los asociaba a aquella gelatina corrupta verdosa que se encontró sobre el cuerpo de Tomás.

El taxista interrumpió su pensamiento con la prosaica cobranza. Paula se dio cuenta de que había comenzado a llover; una lluvia gris que iluminaba el pavimento. Pagó y descendió del auto. La lluvia que rebotaba en los grandes ventanales del local no le permitía ver el interior. Lo primero que le extrañó fue que la puerta estaba cerrada. Al asomarse de cerca, un oleaje de cólera la invadió hasta la cabeza palpitante. El local estaba vacío. En el año que no lo había visitado parecía que algún destino funesto se había apoderado del lugar. Se podía observar el espacio limpio donde había estado la barra, la grasa adherida al muro donde estaba la cocina y las huellas del peso de las mesas en la ajada alfombra. Buscó su mesa. No estaba. Su espacio era ocupado por unas cajas de cartón enmohecidas y un letrero escurrido: Se vende mobiliario.

La tensión se acumulaba en el puño derecho de Paula, enterrándose las uñas hasta lastimarse. Esos bastardos se habían atrevido a destruir ese lugar, su lugar, y vender como despojo para perros su mesa y sus sillas donde había pasado sus momentos predilectos con Tomás, y ni siquiera se había enterado. La furia irracional la afectó y volvió a sentir como el dolor la partía a la mitad, mientras su mirada rabiosa se confundía con la lluvia amarga y las lágrimas secas. No se percató de que la sensación nauseabunda la acosaba cuando buscaba un baño cerca.

Paula llego al departamento, frustrada, empapada y molestamente húmeda. No encendió la luz. Le urgía cambiarse. Se dirigía a la recamara, cuando la penumbra de la sala le interrumpió. Le pareció ver algo familiar, pero que era imposible.

Al percibir de nuevo la sensación asquerosa, se dio cuenta que provenía de la sala, combinada con algo que traía adherido en la mano. Miro. Era una sustancia viscosa corrupta. La había visto antes. En Tomás. Corrió a la sala. Sin saber cómo, se topó con la mesa del café, con sus sillas y arreglada para dos comensales. Alguien estaba ahí.

Parecía que… No. Eso era un pensamiento grotesco. No podía ser. Se tranquilizó.

Prendió la luz. Al ver aquello, grito horrorizada.

- !Tomás!

escritos/el_cafe.txt · Última modificación: 16/02/2009 15:44 por cfuga
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